Villa Puerto Edén hace, inevitablemente, honor a su nombre. Emplazada en la Isla Wellington, dentro del Parque Nacional Bernardo O’Higgins (uno de los 17 parques nacionales de la Patagonia chilena) cuenta con uno de los entornos más vírgenes del planeta, con vegetación y fauna endémicas que son tan maravillosas como limitantes. Allí no sirven las medias tintas. Allí no hay coches, ni carreteras. Por no haber no hay un solo lugar de escape que no sea por mar. La isla es salvaje, de suelos húmedos, musgos y chimeneas que humean todos los días del año. Es la magia de Puerto Edén.

Navegar hasta allí es casi una odisea. Así son los secretos de Chile, bien protegidos. Y no hay otra. Para llegar tendrás que navegar 27 horas desde Puerto Natales o 14 horas desde Caleta Tortel. Atravesar fiordos helados, dejando a los lados islas que podrían haber sido eternas. Glaciares milenarios, canales ventosos, angosturas que dejan ver de fondo el océano Pacífico y el Campo de Hielo Patagónico Sur, la mayor masa de agua dulce del planeta.

Y a pesar de la odisea, merece la pena llegar a Puerto Edén y quedarse unos días. Pasear de un lado a otro por las pasarelas de madera que al borde del mar sirven como calles a los edeninos. Entender por qué alguien decide vivir aislado, al margen del mundo. Experiencias que solamente podrás vivir en Puerto Edén.

Sí, Puerto Edén es quizás, el secreto mejor guardado de Chile y hoy, desde IATI, te lo contamos a ti. ¿Nos acompañas a descubrirlo?

Puerto Eden Chile

Viajar seguro por Puerto Eden

Cuando te decimos que se trata de uno de los secretos mejor guardados del país, entenderás que se trata de un sitio apartado de la ruta habitual. Así, si ya es imprescindible contar con un seguro de viaje a Chile en condiciones normales, aquí no debes ni dudarlo, tal y como insiste el propio Ministerio de Asuntos Exteriores.

Un golpe, una caída, comida en mal estado o cualquier enfermedad que en casa pasarías sin pena ni gloria, aquí te supondrá visitar centros de dudosa calidad y pagar los enormes costes sanitarios para turistas. Con el IATI Mochilero, el mejor seguro para este destino, tendrás acceso a los mejores médicos sin tener que pagar nada y además gozarás de coberturas para casos como robo, problemas con tu equipaje o incluso repatriación si necesitas ser sacado de Puerto Eden y tratado incluso en España.

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En el principio era kawésqar

El pueblo kawésqar fue el primer pueblo en habitar la zona de Puerto Edén. Eran nómadas canoeros que recorrían y conocían aquellas aguas como la palma de su mano antes de que ningún europeo se hubiese adentrado en ellas. Antes de que existiesen los mapas. Vivían de la pesca, de la recogida de frutos silvestres y de la carne de foca. O de las ballenas que terminaban varadas en alguna costa y que servían de excusa para hacer un festín.

La vida de los kawésqar era sencilla pero muy dura. Soportaban inviernos gélidos y veranos fríos y lluviosos que no facilitaban las cosas. Iban desnudos, ataviados con una especie de capa fabricada con piel de foca que les protegía del frío y a la vez con su propia piel untada de la grasa del animal. Así, como los salvajes que describiría Darwin, ellos eran los dueños absolutos de aquella zona de los imperturbables mares del sur. Los reyes del frío desde hacía más de 6000 años. Los navegantes de las estrellas.

Hasta que llegaron los primeros europeos con las expediciones cartográficas y civilizadoras. El mismísimo Fitz Roy acompañado por Darwin.

Y con ellos llegó el principio del fin de los kawésqar. Se trató de civilizar a toda costa: el sedentarismo, la religión católica, la modernización, la prohibición del idioma natal. Por no hablar de cosas peores como la esclavitud, las violaciones y vejaciones, el alcoholismo, las enfermedades hasta entonces desconocidas para aquel pueblo de nómadas. Y así, los kawésqar que navegaban y nadaban libres por los canales del fin del mundo terminaron asentados en Puerto Edén, donde en los años 90 ya sólo quedaban unos 60 de los más de 1000 que se contaron en 1900.

La sedentarización fue la principal causante de la pérdida progresiva de identidad y costumbres kawésqar que permitían mantener a los pobladores su vitalidad física y cultural.

La cultura kawésqar comenzó a ser devastada con la llegada de mi padre. La construcción de la casa hizo que los kawésqar se bajaran de las canoas y se asentaran alrededor de ella. El devastamiento desde ese momento hasta hoy ha sido lento, pero progresivo. Prácticamente no queda nada. Sólo la lengua, que la dominan no más de quince personas y que, según pienso, es el único legado que está en condiciones de dejar una vez que desaparezcamos” (Carlos Edén; 2003)

No deja de resultar curioso que la palabra kawésqar signifique persona. Y es que para ellos, no había nada más. Nadie más. Las comunidades de pobladores carecían de estructuras políticas. Había libertad absoluta de movimiento y acción, mientras se llevaba un modo de vida sostenible que nunca esquilmaba, respetando los ciclos para el alimento futuro. Se organizaban en grupos familiares, donde los más viejos y sabios aconsejaban a los jóvenes y decidían en caso de disputas. Kawésqar. Personas. Personas reducidas a ser el tipo de persona civilizada que los europeos creían que debían ser.

El Edén elegido

Cuando en 1937 la Armada Chilena estableció una base militar en Puerto Edén, nadie imaginaría que el lugar llegaría a florecer como una orquídea en medio de un glaciar. Junto a ellos se establecieron también los primeros pescadores y cazadores loberos junto a sus familias. Y muchos de los kawésqar que todavía transitaban por las aguas cercanas. A todos ellos, a mediados de los años 60 se sumaron gran cantidad de pescadores chilotes en busca de un futuro económico más alentador. Un remix cultural difícil de igualar en uno de los lugares más inhóspitos del planeta convertido en el Edén elegido por todos.

Para comienzos de los 70 Puerto Edén contaba ya con más de 300 habitantes y la mejora económica era notable. Así, y a pesar de una gran crisis debida a una marea roja que obligó a mucha gente a salir del Edén, en el año 2000 la villa contaba ya con una escuela básica, un jardín familiar, un centro médico, registro civil, retén de policía, biblioteca pública y cobertura de agua potable y luz eléctrica, así como teléfono y estación repetidora de televisión y radio.

Qué hacer en Puerto Edén, Chile

La última esperanza: Puerto Edén hoy

Puerto Edén pertenece a la provincia de Última Esperanza. Una curiosa casualidad que deja un sabor agridulce a las menos de 100 personas que a día de hoy siguen establecidas allí.

Con un pasado y un presente marcados por el aislamiento geográfico, sus habitantes han soportado condiciones precarias que han dejado huella en su carácter reservado. También dejan constancia de una tenaz lucha contra la adversidad y una gran capacidad de adaptación al entorno, donde el frío, el viento y la lluvia (con más de 2000 mm anuales) no dan tregua.

Patricia, la dueña del único hospedaje en funcionamiento en Puerto Edén, se levanta muy temprano. Enciende el fuego de la cocina de leña, y prepara el pan. En Puerto Edén no hay tiendas. Nada más que apenas 3 ultramarinos poco surtidos y muy caros con productos para emergencias sin horario fijo y a los que hay que timbrar para ser atendido. La gente consume producto local, pescado y mariscos, y el resto lo encargan a Puerto Natales o Puerto Montt y lo recogen una vez por semana, cuando llega el barco.

Puerto Edén, cómo llegar

Tampoco hay bar en Puerto Edén. Ni tiendas de ropa. En el centro médico una enfermera está de guardia constante y una vez al mes, durante un fin de semana, llegan un médico y otros especialistas. Son el servicio de ronda médica que Chile destina a lugares aislados como Puerto Edén. Y si hay una emergencia, la única vía de escape es la lancha rápida del ejército, que tardará 14 horas en llegar a Puerto Natales.

Así es la vida en Puerto Edén. La economía se centra en la pesca de pescados y mariscos, sobre todo de centolla y cholgas, que se ahúman y están deliciosas. Y mientras tanto, sigue al margen del mundo exterior, con una escuela unitaria que obliga a los chavales a salir de allí a los 12 años y pocas expectativas de crecimiento. Porque, ¿quién quiere vivir tan aislado?

La vida en Puerto Edén no es sencilla, pero es tranquila. Una vida que algunos no soportarían más de unas semanas y que otros llevan soportando más de 40 años.

Como Hugo. Hugo, el marido de Patricia. Él no se iría de Puerto Edén por nada del mundo. Allí está su vida, tranquila y sin estrés. Algunos días a la semana él y Patricia salen juntos en la barca y pasan horas cortando leña en alguna isla cercana. Luego la pican y la preparan, porque el frío es implacable. Y la chimenea encendida una obligación.

Hugo también sale a pescar. Esas centollas son tan salvajes y frescas como exquisitas. Y si hay un grupo que le avise con tiempo, hace navegaciones hasta el Glaciar Pío XI, el más grande de Sudamérica.

A día de hoy el despoblamiento en Puerto Edén es palpable. Envejecimiento de la población, éxodo de jóvenes y falta de emprendimiento y habitantes cualificados. Porque la quebrada costa de fiordos al sur del Golfo de Penas y el interior de la Isla Wellington, más allá de las pasarelas de madera del pueblo, no lo ponen fácil. Así la describía Sarmiento de Gamboa:

“La masa de tierra, lo que vimos, no nos pareció bien, cerca de la mar; porque no hay migajón de terrial, sino de la demasiada humidad, hay sobre las peñas un moho tan grueso y corpulento que es bastante criar en sí y sustentar los árboles que se crían en aquellas montañas; y estos céspedes deste moho es esponjoso, que pisando sobre él se hunde pie y pierna, y algunas el hombre hasta la cinta; y hombre hubo que se 72 hundió hasta los brazos, y por esta causa son trabajosísimas de andar estas montañas; y también por ser espesísimas, tanto que algunas veces nos era forzoso caminar por las puntas y copas de los árboles, y podíannos sustentar por estar los unos árboles con los otros fuertemente trabados y entretejidos, y teníamos esto por menos trabajoso que andar por el suelo, y cualquiera destos caminos era mortal, lo cual hacíamos por excusar despeñaderos”

Glaciar Pío XI

Qué hacer en Puerto Edén

Quizás a estas alturas te estarás preguntando qué se puede hacer en Puerto Edén, en ese lugar que puede llegar a ser tan paradisíaco como agónico. Está claro que la villa puede resultar claustrofóbica, que sentirse atrapado en un espacio de 1 Km de largo tal vez no sea el ideal de cualquiera.

Pues además de comprender la realidad diaria de sus habitantes, Puerto Edén es el lugar perfecto para muchas otras actividades:

  • Navegar hasta el Glaciar Pío XI: Puerto Edén es la villa más cercana al glaciar más grande de Sudamérica, una masa de hielo que pertenece al Campo de Hielo Sur de la Patagonia. Una actividad inolvidable que sólo pueden vivir los que pagan un lujoso (y desorbitadamente caro) crucero que sale desde Puerto Natales o los que llegan a Puerto Edén a una expedición con locales.
  • Recoger frutos silvestres riquísimos, como murtillas, calafate y frambuesas.
  • Comer centolla de alguno de los pescadores vecinos. Es difícil igualarla en calidad, precio y sabor.
  • Recorrer las pasarelas de madera, de un lado a otro. Día sí y día también. Es la actividad por excelencia del paseo diario.
  • Cocinar tu propio pan en la cocina de leña y aprender a hacer otra recetas para quitar el frío, como las famosas sopaipillas chilenas.
  • Pedirle a algún vecino que te lleven en su lancha a ver la isla del cementerio y el río Valderas.
  • Vivir la ilusión del ajetreo de los viernes y domingos cuando llegan los barcos con mercancías y todo el pueblo sale a la calle.
  • Desconectar del mundo. Jugar a las cartas con la chimenea encendida y las vistas al mar. Sin WiFi, sin agobios, con una infusión caliente en las manos y pan recién horneado cubierto de mermelada casera.

qué hacer en Chile

Si tienes tiempo durante tu viaje por Chile, no dejes de pasar por Puerto Edén y disfrutar de su entorno hostil y pacífico. De vez en cuando, la villa regala días de sol con arcoíris difíciles de olvidar. Recuerda bien: escucha, respeta, aprende y sobre todo, guarda el secreto.

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Crónica de Eva Abal, de Una idea, un viaje.