Viajar a Paraguay es adentrarse en lo desconocido. Paraguay, aun estando prácticamente en el centro de cualquier movimiento por Sudamérica, es el país que los viajeros evitan de forma recurrente.

Pero si ahí no hay nada que ver

¿Qué se te ha perdido a ti en Paraguay?

Oh, ¡es guay del Paraguay! Y con esta frase ochentera termina todo el recorrido de sentencias que unos y otros, con mayor o menor acierto, me sueltan sobre Paraguay.

Paraguay es el único país hispanoamericano donde la mayoría de la población es bilingüe, siendo el guaraní (lengua indígena) el idioma más hablado en Paraguay y superando al español​.

Paraguay, que una vez fue uno de los países más desarrollados y con el modelo económico más rentable del cono sur, perdió en menos de 70 años la mitad de su territorio y, dependiendo de las fuentes a las que se aluda, entre un 50% y un 90% de su población. Con ello, perdió también su hegemonía, su liderazgo, su salida al mar y entre los escombros de las guerras más crueles y manipuladas de América, perdió también su honor.

A día de hoy Paraguay es el país más misterioso y menos conocido de Sudamérica, pero su historia, sus territorios perdidos, sus raíces indígenas tan vivas y la atracción por entender cómo un país tan próspero pudo llegar a desmoronarse de este modo, deberían ser razones suficientes para hacerle una visita.

¿Qué sabes tú de Paraguay? Es verdad. Yo tampoco sabía nada. Entré a Paraguay con la mente en blanco y el corazón acelerado por esa emoción indescriptible de saber que pisas territorio desconocido. No sé cuánto tiempo había pasado desde la última vez que me sentí así, con esa ingenuidad de viajar a ciegas.

Y merece la pena comenzar la historia por el principio.

Paraguay, crónica viajera

El oeste: dominio de indígenas indomables

Dominio de indígenas indomables. Así se describía en los mapas antiguos más de la mitad del territorio que a día de hoy ocupa Paraguay. Muy a pesar de los intentos de los colonos, los pueblos originarios del Gran Chaco resistieron la conquista del imperio español.

Fue tal vez la aridez del desierto verte. O fueron las duras condiciones de vida en aquellas llanuras infinitas, la escasez de aquella tierra… Ellos siguieron allí, imperturbables.

Pasaron a formar parte de un Virreinato de Perú y un Virreinato de la Plata posteriormente que nunca existieron para ellos. Los indígenas del Chaco siguieron siendo marcados como indomables. Ni siquiera tras casi 300 años de dominio español y de numerosos intentos de asedio y sometimiento fueron capaces de reducir completamente a aquellas comunidades.

En el oeste de Paraguay, las tentativas de fundar ciudades fueron infructuosas durante la época colonial. Tampoco funcionaron las encomiendas ya implantadas en Brasil y en el este del país, un sistema de esclavitud encubierto en el que el encomendero (un colono con poder al que se le asignaban grandes extensiones de tierra arrebatadas a alguna comunidad de originarios) protegía, educaba y evangelizaba a un grupo de indios a cambio de un tributo, normalmente su trabajo.

La belicosidad de los indígenas chaqueños era mayor que en otras zonas de Paraguay. Pero cada golpe les fue debilitando. Aprendieron a montar a caballo, cambiaron su forma de vida y en muchos casos firmaron pactos de paz con el gobierno.

historia de Paraguay
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Tras la Revolución de Mayo de 1811, cuando Paraguay se declaró estado soberano, parte de las tierras del norte del Gran Chaco, conocido como Chaco Boreal, pasaron paulatinamente a ser anexionadas al nuevo país. Y muchos originarios siguieron ahí, en su particular desierto verde, ajenos al mundo exterior. Hasta que llegó la Guerra del Chaco.

Fue precisamente esta región la que me recibió a mi entrada en Paraguay. Kilómetros de nada. Arbustos que salpican un secarral de tierra estéril. Una carretera recta infinita hecha pedazos. Y un autobús que se detuvo para dejarme en una intersección donde entendí el significado de morder el polvo. Se me secó la garganta. Por suerte antes de detenernos me habían dado un refresco y la caja de comida que me correspondía con el billete. En ella había un zanco de pollo reseco y un poco de arroz que le acabé dando a un borracho callejero al que, lo reconozco, también le compré una cerveza.

Guerra del Chaco, Paraguay

La Misión del este

En el este del país los españoles tuvieron las cosas más fáciles. Entre 1524 y 1800 se hicieron por completo con el territorio. Pero no fue tarea fácil. Algunos pueblos seguían resistiendo en medio de la jungla inexplorada.

Para la labor evangelizadora y de sometimiento, se implantaron las encomiendas y, de forma paralela, las reducciones jesuíticas, que no eran más que unos pueblos misioneros cuya función era educar y evangelizar a pobladores originarios.

Quien más quien menos, recuerda a aquellos jóvenes Robert de Niro y Jeremy Irons en La Misión, una película que refleja la vida de los encomenderos y los padres jesuitas en las reducciones. Yo era de las que no había visto la película. Y me la vi entera en el lugar de los hechos, alguna de las noches que pasamos en Trinidad mientras me ponía fina de chipa, una especie de rosquillas elaboradas con mandioca y queso.

Llegaron a ser hasta 32 las reducciones jesuíticas fundadas con un plan maestro que contemplaba algo poco común en aquella época: el respeto hacia los guaraníes. En lugar de avasallar, entre 1600 y 1750 los jesuitas fundaron comunidades con guaraníes convertidos al cristianismo, pero respetando sus tradiciones y cultura y con un modelo económico que funcionaba a la perfección. Me sorprendió que la iglesia jugase el papel de los buenos en esta ocasión.

Los pobladores originarios aprendían rápido y eran buenos en muchas disciplinas artísticas, como la música o la escultura en madera. En pocos años habían aprendido español, niños y niñas recibían educación por igual y las misiones funcionaban de forma autónoma, lo que llevó a que en muchos casos dejaran de pagar los tributos correspondientes a la corona española.

Y empezaron los resquemores. Por un lado, la envidia: los encomenderos sentían su posición amenazada. Los jesuitas tenían un modelo de producción más eficiente y daban libertades a los guaraníes que ellos no consideraban correctas.

Por otro, España entregó 7 misiones a Portugal, donde la corona portuguesa decidió expulsar a los jesuitas y quedarse con los pobladores a modo de esclavos, permitiendo que entrasen los bandeirantes, unos cazadores y vendedores de esclavos que ya habían conseguido despoblar de indígenas gran parte de Brasil, dejando la tierra virgen para el avasallamiento de los colonos.

Ante esto, los jesuitas se cerraron por completo. Las reducciones dejaron de responder ante el rey. Comenzó una guerra desigual en armas y hombres en la que muchas de estas comunidades fueron arrasadas y esquilmadas. Los jesuitas fueron expulsados del reino de España. Los guaraníes, sometidos por completo.

Unas semanas más tarde, cuando llegué al este de Paraguay, caminé sobre aquellos suelos y restos arqueológicos que ahora son Patrimonio de la Humanidad, paseé por iglesias con paredes derruidas, y comprendí el significado de lo que, tal vez, fueron los años más respetuosos y prósperos de la época colonial. Me puse aquella banda sonora de Ennio Morricone y hasta creí escuchar una discusión entre Rodrigo Mendoza y el Padre Gabriel.

La Misión del Este

La guerra más sangrienta de América

Llegó 1864. Paraguay era la única nación de América Latina que no tenía deuda externa porque le bastaban sus recursos. Con un sistema económico próspero Paraguay comenzó a ser una amenaza para Brasil, que quería expandir sus territorios. Una amenaza para Uruguay, donde el partido colorado había usurpado el gobierno al partido blanco, aliado del gobierno paraguayo. Una amenaza para Argentina, socio de Brasil, que no quería que las fuerzas paraguayas atravesaran su territorio hacia Uruguay. Y también una amenaza para Reino Unido, que de algún modo veía tambalearse su hegemonía.

En palabras de Pablo Gentili, Secretario de Cooperación Educativa del Ministerio de Educación en Argentina: “Por estas razones, y por su reactivo rechazo a los falsos principios del libre comercio, la principal potencia imperial de la época, Inglaterra, se propuso destruir el Paraguay. Para hacerlo, contó con el apoyo de tres países que pocos méritos podían mostrar en su apego a la libertad y al progreso humano: un imperio degradado y esclavista como Brasil; una nación fragmentada y en pleno proceso de consolidación de una oligarquía indolente y autoritaria, como Argentina; y un país tutelado y bajo un gobierno de facto, como lo era Uruguay. Destruir el Paraguay fue el pacto de sangre que sellaron esos tres paisitos, bajo la mirada cómplice de quienes festejaban el inicio de una era de grandes negocios.

La guerra se convirtió para los paraguayos en una causa nacional. A diferencia de los soldados enemigos, que peleaban por dinero o por obligación, los paraguayos lo hicieron por orgullo. Así, realizaron verdaderas hazañas militares, como la de Curupaytí, donde tuvieron sólo 50 bajas frente a las 9.000 de los aliados, a pesar de ser muy inferiores en soldados y armamento.

Y sin embargo, nunca un país fue aniquilado de tal forma en Sudamérica. Paraguay pagó un precio altísimo. Con hombres, con ancianos, con mujeres y con niños, que llegaron a pintarse barbas para luchar haciéndose pasar por adultos. Fue una verdadera masacre donde murió el 75% de la población.

Se llamó la Guerra de la Triple Alianza. Brasil, Argentina y Uruguay tuvieron a su cargo el genocidio. No dejaron piedra sobre piedra ni habitantes varones entre los escombros. Aunque Inglaterra no participó directamente en la horrorosa hazaña, fueron sus mercaderes, sus banqueros y sus industriales quienes resultaron beneficiados con el crimen al Paraguay. La invasión fue financiada, de principio a fin, por el Banco de Londres, la casa Baring Brothers y la banca Rothschild, en empréstitos con intereses leoninos que hipotecaron la suerte de los países vencedores”. (Eduardo Galeano)

En 5 años Paraguay quedó desestructurado. Arrasado. Perdió también gran parte de sus territorios. Y casi todos sus hombres.

Cuando estuve frente al agua grande que literalmente traduce el significado de Yguazú y que se repartieron entre Argentina y Brasil me di cuenta de nunca el agua de esas cataratas será suficiente para limpiar la sangre de tal exterminio. Era ya 1870 cuando Paraguay se convirtió en el corazón más roto de Sudamérica.

Guerra del Chaco: La pelea por un infierno verde

A pesar de las múltiples idas y venidas, la línea de pertenencia de los territorios del Gran Chaco nunca estuvo definida del todo. Cuando Bolivia y Paraguay proclamaron su independencia, heredaron de la época colonial una vaga determinación de los límites de esa zona inhóspita, por lo que fijaron sus jurisdicciones de acuerdo con documentos que resultaban contradictorios. Hasta aquel entonces el Chaco no había sido demasiado importante para nadie. La tierra de los indígenas indomables no ofrecía nada.

La supuesta existencia de petróleo en el subsuelo chaqueño, unida al hecho de que Bolivia había perdido la salida al océano Pacífico como consecuencia de la Guerra del Pacífico, fueron los detonantes finales de la pelea por el infierno verde: La Guerra del Chaco.

Si había petróleo, alguien tenía que quedárselo. Si había que llevarlo al mar para el transporte, el río Paraguay a su paso por el Chaco era el medio más viable. Esto llamó la atención de Estados Unidos, que apoyó a Paraguay, y Gran Bretaña, que apoyó a Bolivia. Y comenzó el espectáculo.

En los tres años de duración de la guerra del Chaco (1932 – 1935), el coste en vidas fue altísimo. Si Paraguay había quedado quebrado tras la Guerra de la Triple Alianza, a pesar de que la guerra finalizó con la concesión de la mayor parte de las tierras en su favor, esta otra terminó de hundirlo. El conflicto, unido a la hostilidad de la vida en Chaco, la carencia de agua y las enfermedades le llevaron a perder 30.000 hombres.

A consecuencia de todo esto, Paraguay se convirtió en un país de ancianos, niños y mujeres. Fueron ellas, las llamadas Residentas, las que asumieron la responsabilidad de reconstruir un país devastado en el que había un solo hombre por cada 8 mujeres. Empuñaron fusiles, enterraron a sus muertos, fueron artesanas, agricultoras, fundaron escuelas. Las Residentas fueron madres y padres. Y levantaron Paraguay.

Me encontré a mí misma parada bajo un sol infernal, ahora al lado de un hotel al que me acerqué para conectarme a internet. Llevaba 3 horas esperando. Hasta el borrachín se había largado ya.

Entonces llegó un coche a recogerme y salió de él un hombre rubio y muy alto. Hablaba español con marcado acento alemán. Podría haber sido un turista, pero él había nacido allí. Era el hijo de Martha, la mujer menonita que me iba a acoger por unos días.

Crónica sobre Panamá

La odisea menonita

Los primeros recuerdos que tengo de mi llegada a la casa de Martha son los caballos de la finca. Había 4, si mal no recuerdo. Me enseñó mi habitación para que me instalase. Al principio me sentía un poco fuera de lugar. Yo estaba allí a través del contacto de Juan, un amigo que había conocido a Martha años atrás. Y tampoco sabía qué podía esperar.

Había llegado a Paraguay en una odisea de casi 30 horas de autobús, donde en mitad de la noche boliviana habíamos vadeado ríos y sorteado barrancos que no habrían traído más que la muerte. En realidad no sé ni cómo salimos vivos. Me había cruzado media Bolivia para poder entrar al Chaco paraguayo. Solamente porque quería saber cómo funciona una sociedad menonita. Y porque quería dejarme llevar por Paraguay.

Mientras me servía una cena con mandioca y crema agria (donde lo alemán se fusionaba con lo más profundo de las raíces paraguayas) y su acento la delataba, Martha me contó su historia.

A excepción de la primera colonia menonita del Chaco, la colonia Menno en Loma Plata, los demás menonitas, como sus padres, llegaron a Paraguay huyendo de un infierno de persecuciones religiosas en la Europa de los años 30. El gobierno paraguayo les vendió una tierra de oportunidades en la que asentarse. Muchos de ellos invirtieron todo lo que tenían para hacer el viaje. Y no fue para nada más que para acabar viviendo en otro infierno: el desierto del Chaco, donde las lluvias torrenciales se alternaban con el calor y donde las condiciones de vida podían llegar a ser muy hostiles. No deja de ser curioso que en medio de un país hecho trizas, diezmado y arrasado, otros perseguidos, los menonitas, acabasen por encontrar un lugar en el que echar raíces.

Los comienzos para estas colonias no fueron sencillos. Muchos llegaron con una mano delante y otra detrás, sin opciones de regresar a ningún lugar. Otros murieron de enfermedades; y otros se fueron a dios sabe dónde. Los que no tuvieron otra opción lucharon por salir adelante. No quedaba otra.

Los menonitas son anabaptistas por definición. Es decir, no se bautizan hasta que se consideran adultos. Algunas colonias conservadoras viven ajenas al uso de la tecnología y la modernización, con estrictas normas de vestimenta y comportamiento y donde la familia, el trabajo y la religión son los puntos claves de sus vidas.

menonitas tradicionales
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En la zona del Chaco, sin embargo, las colonias se han modernizado. Como decía Patrick Friesen, gerente de comunicación en la Asociación Civil Chortitzer, “uno no come de la palabra de Dios”. En las cooperativas agrícolas de estas comunidades se producen lácteos, carne y cereales. Y funcionan con una perfecta organización al más puro estilo alemán. Es una pequeña Alemania en el hemisferio sur que tuvo que desarrollarse en unas condiciones climáticas completamente distintas a las que los primeros menonitas estaban acostumbrados.

Con Pedro, el marido de Martha, la charla se me complicaba más. A pesar de haber nacido en Paraguay, de ser paraguayo, de ser el fan número uno de la selección nacional de fútbol, le cuesta hablar en español. Lleva en la cara una sonrisa permanente. La misma que tenía ese día mientras conducía para mostrarme sus campos de cultivo. Los campos de algodón, los de sésamo. Se perdían en la inmensidad. Estuve con sus vacas y acaricié sus caballos. También aprendí lo que es un carpincho, el roedor más grande del mundo. Creo que fue de las pocas palabras que intercambié con Pedro: “carpincho, carpincho” – decía, mientras señalaba cacas que a mí al principio me habían parecido de cabra.

fauna de Paraguay

Después recorrimos con el coche las calles polvorientas de Neuland (su colonia) en busca de una heladería. Y me parecía estar en una película. Por la ventana se sucedían imágenes de casitas de cuento construidas de madera y parques en los que jugaban niños muy rubios. Carteles escritos en alemán. Y el polvo, mientras circulábamos, cubriéndolo todo. Un anacronismo tan extraño que no sabría explicar.

Es cosa de ese desierto donde escasea el agua dulce. El desierto verde es ahora su hogar. El suyo, el de los mestizos y el de los indígenas indomables a los que nunca arrancaron de allí.

Me acosté agotada y dormí más de 10 horas seguidas en aquella hacienda menonita donde no se escuchaban nada más que grillos y pájaros. Y a pesar de que el viaje no había hecho más que empezar, pensé: Joé, pues sí que va a tener fundamento lo de que esto es guay del Paraguay. 

Crónica escrita por Eva Abal, de Una idea un viaje