Siempre supimos que viajar no iba a ser nada fácil. Sabemos que la ruta te pone constantes trabas y que es uno el que las debe pasar. Si realmente queremos seguir viajando, hay que hacerse fuertes y superar todos los problemas del camino y principalmente no bajar los brazos ante el primer desperfecto.

Luli y Coco

Desde el momento que decidimos hacer este viaje empezaron los desafíos, dejar nuestros trabajos, la familia, nuestra casa…En pocas palabras nuestra vida de hasta ese entonces, fue nuestro primer reto. Luego llegó España y tramitar los papeles para que Coco pudiera tener su residencia y así viajar sin problemas por Europa, cosa que nos llevó varios meses de papeleo. En Julio, con La Renoleta en excelente estado y seguros de que estaba todo bien y que el viaje iba viento en popa, un camión apareció de la nada y nos chocó,  saliendo de Londres habiendo perdido nuestra casita rodante. Sin embargo, tantas eran nuestras ganas de seguir que esto no nos paró y, luego de unas semanas de recuperación, continuamos viaje en bicicletas.

Resulta que el camino nos tenía otro desafío, otro reto. Perder una mochila. Una mochila parece algo no preocupante, pero claro es que dentro de la mochila teníamos toda nuestra documentación. Pasaportes, DNI, billeteras, móviles, diario de viaje. En pocas palabras: todo lo importante, lo único que no se puede perder cuando uno se encuentra viajando. Seguro se están preguntando cómo es que perdimos todo, y como es que teníamos todas las cosas juntas. Así que comenzaré desde el principio.

Esa mañana nos despertamos y el día estaba medio feo, pero eso no significa nada cuando uno está en el Reino Unido. Porque, como dicen acá, en un día puedes tener las cuatro estaciones del año. Desayunamos y, bajo un chubasco, desarmamos campamento para seguir viaje. Desde que arrancamos viaje siempre nos preguntamos dónde guardar las cosas importantes, y dado a que nuestras alforjas no son muy buenas, tomamos la mala (malísima decisión) de guardarlas en una mochila que llevamos al hombro. Arrancamos a pedalear y por suerte salió el sol. Atravesamos campos con muchas ovejas y vacas y costeamos lagos. Bajo un árbol frenamos a tomar unos “mates” acompañados de un bizcochuelo que cogimos de una caja del camino donde dejabas el dinero en una lata. Nuestro día venía muy relajado, muy tranquilo. Definitivamente le faltaba algo de acción. Llegamos a un pueblo en donde nos cuentan que el camino que queríamos tomar lo llaman “The Struggle” o “La Lucha”, porque es el pico más alto de la ruta A592 con 20% de inclinación por 5 kilómetros. Desde que empezamos a subir hasta llegar a la cima no paramos de subir y subir y, como era de esperar, tuvimos que empujar las bicicletas toda la subida ya que era muy empinada. Y con los pocos cambios que tienen nuestras bicis, sumado al peso que llevamos, nos resultaba imposible pedalear. Después de unas horas llegamos, felices y cansados.

Luli y Coco

Mientras estaba preguntando en el pub si se podía poner la tienda afuera, entra Coco con cara de preocupación y me dice “Vos tenés la mochila negra ¿No?”. Al ver mi cara de no entender nada, se da cuenta que yo no la tengo. Vamos para afuera y empezamos a buscarla desesperados por todos lados. La mochila con nuestra documentación no aparecía. Nervios, angustia, frustración, bronca. Muchos sentimientos encontrados que no nos iban a ayudar a que la mochila apareciera. Armamos la tienda en un lugar hermoso, que poco disfrutamos y salimos a hacer auto stop para bajar por el camino al lugar donde creíamos haberla dejado. Convencidos de que iba a estar ahí. Un hombre, ex ciclista, nos levanta y nos lleva, al enterarse de nuestra perdida nos acompaña en la búsqueda. Lamentablemente llegamos al lugar y la mochila no estaba. La dueña de la casa (a quien le pedimos agua en la subida) dice no haberla visto. Bastante más preocupados seguimos buscándola, pero ya es de noche y poco se ve por lo que nuestro amigo nos lleva a la cima nuevamente donde, deprimidos, nos vamos a dormir pensando “¿cómo pudimos ser tan tontos de dejar todas las cosas importantes juntas?”. Viendo algunas fotos del día nos ayuda a rastrear la mochila así que Coco, al amanecer, baja a buscarla. Pero al cabo de unas horas regresa sin éxito. A las 8 de la mañana, con todo el campamento ya desarmado bajamos los cinco kilómetros con mucho cuidado nuevamente buscando la mochila y dejándole papeles a la gente que nos cruzamos con nuestro Facebook, ya que al perder los móviles es al único lugar que nos pueden contactar. Un hombre muy amable nos presta su celular para llamar a la policía, pero no saben nada.

Luli y Coco

Varias horas pasaron y finalmente vamos al centro de información turística en busca de ayuda. De nuestra mochila no tienen noticias, pero las señoras, muy amables, nos preparan una taza de té y nos averiguan donde están los consulados. Menudo lío comenzar a tramitar los pasaportes todo de nuevo, nos angustia pensar en la cantidad de tiempo que esto nos va a consumir, y de cómo vamos a hacer para llegar a Londres y sin plata. Justo cuando me encuentro llamando a VISA para dar de baja todas nuestras tarjetas, un hombre entra a la oficina y nos dice ¿Lucia y juan? Tengo su mochila. Los ojos se me llenaron de lágrimas y lo abracé, cuando me doy cuenta todos en la oficina lloraban.

Afortunadamente, uno de sus huéspedes encontró la mochila que muy torpemente olvidamos en el camino y se la dio. Él y su esposa se pusieron en marcha para encontrarnos y finalmente reconoció nuestras bicicletas en la puerta de la oficina de turismo. Contentos y relajados, mucho más relajados nos vamos con él a su casa. Donde nos invitan a desayunar, nos dan la mochila (donde no falta nada!!) y nos llevan al pico de la montaña en coche para que podamos seguir viaje nuevamente.

Luli y Coco

Gracias a Dios siempre hay alguien que nos puede brindar una mano cuando más lo necesitamos. Esta fue una lección muy importante y otro reto que el camino nos puso y que afortunadamente pudimos superar. Mucha gente nos dice que tenemos mucha suerte, pero creo que no es suerte, solo es animarse a salir, a conocer este mundo y dejar que el viaje nos sorprenda, que nos enseñe. Salirse de lo planeado, improvisar un poco, eso es hermoso. ¡Y ahora ya sabemos dónde no tenemos que guardar las cosas!